El Origen del Faro de Conchupata

faro00El 9 de marzo de 1849 se registra en Oruro un significativo movimiento político en contra del gobierno del presidente Manuel Isidoro Belzu, elegido presidente constitucional el año anterior después de derrocar al presidente José Miguel de Velasco y llamar a elecciones generales. El General José Ballivián héroe nacional, encabezó una rebelión que sería desbaratada por el pueblo orureño en una reacción inesperada que dio lugar a la lucha del vecindario contra la guarnición militar amotinada en la llamada «Fortaleza». Pese a la importancia de este acontecimiento, los libros de la historia de Bolivia lo presentan de un modo resumido en extremo.

La «Fortaleza» era un baluarte levantado en el barrio de Conchupata, fortificado por un grueso muro de adobes de unos tres metros de ancho con torrecillas y arpilleras hasta donde el ejército transportó cañones, vituallas y munición con mucha dificultad. Estaba rodeada por un foso fangoso que recibía las aguas pluviales de algunas calles de la incipiente ciudad y estaba aislada por todos lados con un solo frente único que conectaba la entonces Plaza Campero en bajada con la Plaza Principal.

La «Fortaleza» estaba ocupada por un cuerpo irregular del Ejército de las tres armas al mando del coronel cruceño Bernardino Rojas quién sublevó a la tropa en contra del presidente Belzu conjuntamente los civiles Pablo Ramos jefe del partido opositor a Belzu, Joaquín Gari, José Santos Bellot y el recién llegado a Oruro Coronel Mariano Melgarejo. Esta subversión fue apoyada por el General Gonzalo Lanza quien se hizo cargo de la jefatura militar en la plaza principal.

Como jefe desde la misma «Fortaleza», el coronel Rojas propuso se publicasen bandos para que se conozca el cambio de gobierno a favor del general José Ballivián apoyado por la guarnición, varios vecinos y militares que se habían concentrado en esta ciudad del altiplano para dicho efecto. El bando contenía un franco pronunciamiento en contra del gobierno en el que se decía que Oruro unánimemente iba en ayuda y cooperación a los otros departamentos sublevados en torno a Ballivián según la estudiada propaganda revolucionaria.

El prefecto Francisco de Paula Belzu que representaba al presidente Belzu en Oruro, convocó a los principales vecinos afines al gobierno para que ayudasen con lo que fuera posible y conveniente en defensa del orden amenazado. En momentos en que se discutían las varias opiniones vertidas, llegó a la plaza una compañía del cuerpo amotinado en correcta formación, armada con fusiles de chispa e hizo un alto en la esquina sur de la prefectura. Al anunciarse que se daría lectura a un bando, la gente que estaba a la espera de noticias ciertas rodeó al pregonero al mismo tiempo que un sujeto apellidado Delgado, muy popular por su gallardía y atrevimiento se le colocó detrás de tal modo que acabada la lectura pudo observar que el manifiesto revolucionario no llevaba firma alguna y es entonces que comenzó a gritar a voz llena: «Mentira… mentira… ¡No tiene firma…!»

Estas clamorosas palabras se repitieron con energía por un grupo de estudiantes y el pueblo presente que siguió a la compañía hasta la otra esquina de la plaza donde se produjo la escena del bando y su chifladura. Con la irrupción de la gente a la plaza y particularmente de los estudiantes, aumentó el vocerío provocando que jóvenes entonces muy conocidos como Anselmo Nieto, Pablo Albán, Venancio Álvarez, Anacleto Irahola, Marcelino Vásquez y otros incitaran al vecindario en contra de los revolucionarios. Los soldados siguieron marchando por la que hoy es la calle Bolívar perseguidos por los gritos de «Mentira… mentira… «, «¡Viva Belzu!», «¡Abajo Ballivián!», voces lanzadas por el pueblo que tan pronto se dio cuenta que era cierta la conspiración ballivianista, se le puso en frente francamente y sin vacilar.

Al griterío siguió la silbatina y un amago de apedreamiento a la tropa. Al recibir las primeras pedradas el capitán mandó hacer alto a su gente, dar media vuelta y calar la bayoneta para amedrentar a sus perseguidores que ya en mayor número y sin avanzar un paso, esperaron armados de piedras sacadas del pavimento. Como la columna no atacaba, le arrojaron más piedras dando vivas a Belzu provocando que un capitán muy sereno y comprensivo ordenara la retirada marchando hacia la «Fortaleza» al trote bajando la calle Bolívar sin que se volviese a leerse el bando por haber desaparecido el pregonero apenas llegadas las primeras pedradas. Los sublevados en el fuerte al ser informados de lo sucedido, resolvieron castigar con violencia la audacia de los estudiantes y de quienes les respaldaban. Una compañía de lanceros con corazas y casquetes debía acometer a todo individuo que se encontraba en las calles en actitud opositora a la subversión pero los partidarios de Belzu advertidos del peligro, abandonaron las calles dispersándose. Sin embargo fueron lanceados los ciudadanos Benigno Irahola y Sebastián Caballero que murió con los pulmones destrozados poco después de llegar a su casa. Hubo también algunos heridos leves.

El pueblo indignado y sin ningún miramiento, encomendó al prefecto y a algunos vecinos notables encabezar su defensa. Se llamó a todos los hombres hábiles y se les armó con fusiles, escopetas, pistolas y otras clases de armas y se les condujo a la colina de Conchupata en donde se levantaba la «Fortaleza». Comenzó entonces el fuego contra el fuerte que respondió con tiros desde sus arpilleras y con cañonazos de sus muchas troneras. Los vecinos esperaban la llegada de las balas rasas tendiéndose en el suelo y cuando un proyectil muy visible en su trayectoria caía lejos de ellos, se paraban alborozados y rechiflaban con espantosa gritería y silbatina a los artilleros quienes no consiguieron sus objetivos. El toque de corneta llamó a los coraceros a su cuartel y al tiempo que se recogían, los vecinos ocupaban las calles hasta una cuadra de la «Fortaleza» a la que pusieron sitio levantando barricadas y defensivos bloqueando después el acceso principal al fuerte tomando además algunas arpilleras. Los jefes sublevados encerrados en el reducto, enviaron a la autoridad constitucional el aviso de que si no se rendía el vecindario y las mismas autoridades en el término de tres horas, sería bombardeada la colina de Conchupata y la población toda. El prefecto de acuerdo con los principales cabecillas de los vecinos, respondió que podían iniciar el bombardeo pero que en el intervalo de cada disparo iba a ser fusilado un partidario de Ballivián de los muchos que ya estaban presos y sentenciados a morir en justa represalia.

Desde ese instante la situación del pueblo de Oruro cambió totalmente, incluso los vecinos que aún no habían tomado las armas por ningún bando, resolvieron defender al gobierno y poner sitio riguroso a la ‘Fortaleza’ que era inexpugnable por tradición. Se impidió la entrada a ella de vituallas, suministros y cebada para los caballos. Grupos en las bocacalles próximas tenían la orden de repeler a los coraceros mientras los soldados de la prefectura tomaban posesión de las bocaminas en los cerros próximos en donde hicieron principalmente su cuartel con las provisiones, armamento variado y camas que llevaban y hacían llegar todas las mujeres. Este afán inusitado en calles, plazas y cerros de la ciudad denotaba un ánimo decidido para librar la batalla definitiva contra los cañones del fuerte.

De los puestos de vigilancia y de las barricadas se despedían tiros espaciados hacia las arpilleras donde los artilleros para probar la puntería de los sitiadores ponían una gorra, llamada de pastel que en el acto era acribillada. Hubo heridos de ambas partes y entre otros cayó el estudiante Palazuelos de las filas belcistas. En las noches arreciaban los disparos notándose a medida que pasaba el tiempo que los ballivianistas perdían su entusiasmo por el sitio estrecho de su encierro y enterados además de que todos los pobladores de Oruro estaban en la ofensiva.

Después de tres días de beligerancia, la mañana del 12 de marzo los centinelas del Conchupata y otros cerros dieron la noticia de que se notaba en la «Fortaleza» un trajín poco usual, quizás de preparación para una batalla. Era precisamente el momento en que el Coronel Rojas abandonaba con sus tropas vencidas el fuerte orureño aprovechando un descuido de la vigilancia debido a la violenta ventisca de la noche anterior. Huían los soldados unos a pie y otros en cabalgadura cargando a los heridos al mismo tiempo que otros izaban banderas blancas en lo alto de las murallas. Con las debidas precauciones, los civiles armados y los soldados de la prefectura irrumpieron en la «Fortaleza» casi virtualmente desocupada comprobando que 12 cañones habían sido apilados, abandonados y que los implementos de la tropa más los cajones de munición habían sido echados al foso.

Como fantasmas, los derrotados caminaban con dirección al pueblo de Sepulturas a través de la pampa emblanquecida por una abundante nevada caída. Una vez allí, el Coronel Rojas ordenó a sus soldados que se formasen en la plazita junto al templo con la intención de retomar la rebelión. Cuando se disponía a arengar a la tropa, cayó de su caballo víctima de un proyectil disparado por un sargento que no estaba dispuesto a librar otra batalla en contra de los orureños. Esta escena desmoralizó a los soldados que después de un breve descanso retornaron a su cuartel en Oruro sin más ganas para pelear y diezmados pues algunos ya habían tomado el camino para regresar a sus pueblos. Los militares de alta graduación ya habían desaparecido del teatro de operaciones mucho antes.

En Oruro el pueblo se mostró alborozado. El prefecto mandó instruir un sumario sobre los acontecimientos y el gobierno nacional decretó indemnizaciones para las familias de los fallecidos, pensiones para los heridos y ascensos para los militares. Oruro fue merecedora de honrosos decretos, entre ellos el de «Unidad Salvadora de las Instituciones Nacionales» mediante Decreto Supremo del 8 de abril de 1849 que también dispuso se levante una columna conmemorativa del suceso en la colina de Conchupata desde la que combatieron el pueblo y las fuerzas populares en apoyo del presidente Belzu. La columna de una altura aproximada de 25 pies equivalentes a 7.5 metros empezó a construirse casi de inmediato.

La ley del 5 de noviembre de 1851, reformó definitivamente la bandera nacional cuyos colores fueron inspirados en un hermoso arcoiris que el presidente Belzu vio resplandecer y levantarse sobre Oruro desde la comunidad de Pasto Grande a poco de llegar desde La Paz en un viaje a caballo para analizar y discutir tratados con el Vaticano en un congreso extraordinario. Fue el propio presidente Belzu quien la hizo flamear el día 7 de ese mes por vez primera en la colina de Conchupata.

El Decreto Supremo del 30 de diciembre de 1851, dispuso que desde el 15 de enero de 1852 se use la nueva bandera, misma que el prefecto de Oruro izó en la columna recién concluida el 6 de agosto de 1852. Esta columna fue demolida poco antes de 1890 para ser sustituida por otra que había sido levantada respetando su arquitectura original aunque modificando sus dimensiones. La columna se ha constituido en un ícono orureño que hoy se levanta cual heráldica atalaya, testigo de la grandeza de Oruro… y también de algunas de sus miserias.

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Documentos consultados.

  • «El origen del Faro de Conchupata», Marcos Beltrán Ávila. Artículo «La Patria» Oruro (10/02/1988)
  • «Conchupata», Alberto Guerra Gutiérrez. Artículo de 1951 publicado en «La Patria» Oruro (10/02/1981)

Notas de interés.

  • Manuel Isidoro Belzu peleó en el bando del Mariscal Andrés de Santa Cruz en las batallas que libró la Confederación Peruano Boliviana.
  • Belzu también peleó en el bando del General José Ballivián en la célebre «Batalla de Ingavi» donde tuvo destacada actuación.
  • Belzu se enemistó con Ballivián porque encontró a este cortejando a su esposa Juana Manuela Gorriti en Oruro.
  • Oruro fue un aliado importante del General Belzu pues la mayoría de sus simpatizantes vivían allí.